Hace algunas semanas leí, El acontecimiento, de la Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, libro en el que relata cómo abortó clandestinamente en los 60 en Francia, antes de que este país lo despenalizara.
Narra el desespero que sentía por encontrar a alguien que interrumpiera su embarazo, ya que desde el inicio supo que no quería tenerlo, además tuvo que afrontar todo el proceso sola, pues, la persona con que salía en ese entonces se desentendió totalmente del asunto.
Annie, antes de encontrar a una enfermera que ayudaba a las mujeres a abortar, realizó diferentes procedimientos para ponerle fin a su angustia, el último de ellos, colocando en riesgo su salud y bienestar. Mientras leía estas páginas, pensaba en todas las mujeres que, como ella, sufrieron injustamente por buscar la autonomía sobre sus cuerpos.
El relato es crudo, muy franco y sincero por parte de Ernaux porque a pesar de estar viviendo una época en el que el aborto era duramente condenando por la mayoría, ella no se dejó atormentar por la culpa y antepuso su decisión, su determinación de no querer ser madre en ese momento de su vida. ¡Qué valiente!
Hace dos años, en Colombia se despenalizó el aborto hasta la semana 24, después de la lucha y perseverancia de miles de mujeres que por muchos años le dijeron no solo a los entes de justicia sino también, a la sociedad colombiana, tan conservadora, que la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) era un tema de salud pública, derechos e igualdad.
En la celebración de este aniversario, que se llevó a cabo muy cerca de la Corte Constitucional en donde, dos años antes, las mujeres lloramos y celebramos la despenalización, no dejé de pensar en esa Annie joven, desamparada, asustada, con miedo, pero también con determinación, esa misma determinación que veo ahora, en nosotras por defender este derecho que al fin se nos fue concebido y por el que no estamos dispuestas a renunciar.
La lucha continua para que ninguna siga viviendo lo que se narra en el libro, el acontecimiento.